¡Inolvidable! Enrique Ponce; maestría en los ruedos y un adiós
E l español se despidió de los ruedos, dejando una huella imborrable; junto a Diego Silveti, reventó la Plaza México en el aniversario de La Monumental de Insurgentes.
La corrida arrancó con un paseíllo significativo y un sabor muy mexicano con los honores a la bandera y el Himno Nacional Mexicano. La piel se puso chinita con una solemne ceremonia y luego el incomparable olé de la afición mexicana que realizó un lleno en el numerado y un cuarto de entrada en general: un entradón para una corrida de toros tan simbólica en su aniversario 79. El público estuvo muy entregado al invitar a saludar bajo una ovación atronadora al maestro Enrique Ponce.
El primero de la tarde, número 17 de nombre “Farruco”, para la confirmación de Alejandro Adame. Luego de una especial ceremonia y un sentido brindis a su hermano, el matador Luis David Adame, Alejandro inició con expresión y ritmo. Fue construyendo una faena con inteligencia y ritmo. El toro tuvo nobleza y fijeza, Adame, en todo momento, dio la talla y se sintió torero en derechazos y naturales cadenciosos, detalles y adornos pintureros, unas manoletinas personales y una estocada en lo alto para pasear una oreja entre el cariño de la gente.
El segundo de la tarde, “Talentoso”, tuvo nulas posibilidades para el torero valenciano. Un brindis cariñoso a la afición y poco más para el recuerdo. Saltó al ruedo el segundo de la tarde de nombre “Lironcito”, haciendo recordar aquel inolvidable toro que cuajó Ponce en Madrid en los años noventa. Toro número 25, de buenas hechuras, que le permitió al matador Diego Silveti lucirse con lances a pies juntos y una media de fina estampa. Luego un quite por tafalleras con temple y un remate muy torero. El diestro de dinastía brindó al público y desde el inicio de muleta dio una dimensión de figura del toreo. En todo instante se mostró concentrado, firme y serio y fue plateando, una obra de menos a más, con una actuación rotunda y valiente.
Hubo derechazos largos y hondos. Y el toro sacó fondo de raza. Diego cerró la faena poniéndose más cerca imposible y templando con sello, corriendo la mano, provocando olés rotos y con desdenes de la casa. Antes de matar plasmó unas bernardinas de alarido y culminó la obra con un estoconazo recibiendo que le puso broche de oro a una faena de altas dimensiones. Paseó dos orejas contundentes entre la emoción de los aficionados.
El cuarto de la tarde, “Protagonista”, fue un toro que tampoco tuvo las posibilidades para que la figura valenciana se mostrara. Decepción en el ambiente, con la ansiedad y las ganas de que Enrique regalara un toro…
El quinto de la tarde, “Naranjito”, tenía una estampa para embestir, pero se vino a menos pronto. Sin embargo, Diego volvió a demostrar el nivel por el que atraviesa. Se abrió de capa con suavidad y otra media de cartel. Otra vez abrió sus cartas con arrojo y solvencia con un quite por gaoneras que volvió a poner a la plaza a hervir. Un brindis de corazón al querido entrenador de la Selección Mexicana: Javier “El Vasco” Aguirre. Una faena de técnica y seriedad con un toro que se apagó y dejó la miel en los labios. No obstante, Silveti tuvo una actitud tremenda, volviéndose a poner en el sitio y logrando instrumentar muletazos con personalidad y verdad. Después de un pinchazo, abrochó la faena con una estocada en lo alto y una ovación de los aficionados.
El sexto toro, “Nevado”, también generó esperanzas luego de que Alejandro Adame compusiera con verónicas rítmicas y unas chicuelinas con sello. Después de brindar al público, logró componer un par de tandas prometedoras y después todo se derrumbó. El toro se apagó y Alejandro solamente pudo estar esforzado y cerrar una tarde ilusionante.
Indiano, el de regalo; euforia
Entonces llegó la anhelada cereza del pastel y se cumplió el deseo de toda la gente: Enrique Ponce regaló al toro “Indiano” y pudo mostrarse cómo lo que fue, es y será: una privilegiada figura de época y un ídolo de esta plaza y de la afición mexicana. El toro le permitió lucirse con verónicas suaves y una media cadenciosa. Luego un quite despacioso y una larga de etiqueta. Tras otro brindis con la plaza de pie, fue construyendo una faena con entrega, sabor y esencia.
Todo el tiempo demostrando su inmensidad con muletazos por ambos lados, trincherazos, poncinas y pases de pecho largos entre el clamor de la plaza. Sonaron las golondrinas con un eco para el recuerdo. Una estocada en los gavilanes y la plaza embriagada en borrachera de toreo. Dos orejas y una vuelta al ruedo espectacular, entre sombreros, el mariachi, la voz del gran Pepe Aguilar, El Rey, México Lindo y Querido y todo el furor colectivo para despedir a su consentido en el día del nostálgico adiós.
Un 5 de febrero magno
El maestro valenciano Enrique Ponce y la figura del toreo guanajuatense Diego Silveti, se marcharon en hombros entre los gritos de “torero torero” y la afición volcada con dos grandiosos matadores.