La abuelita Carlota, ¿justiciera, criminal o heroína accidental?
C arlota N: una reacción extrema que dividió al país entre justicia y criminalidad.

En redes sociales, casos como el de Carlota N—una mujer de la tercera edad que enfrentó a su agresor por cuenta propia— son celebrados como actos de valentía y justicia. Pero, ¿qué hay detrás de esta fascinación colectiva por quienes toman la ley en sus manos?
Cuando la justicia falla, la emoción toma el control
La imagen de una mujer mayor desafiando al sistema judicial y tomando justicia con sus propias manos no solo generó memes y aplausos virtuales: despertó una conversación incómoda sobre qué nos motiva a apoyar estos actos fuera del marco legal. Al respecto, el psicólogo Jesús Ramírez Escobar desentraña las razones detrás de esta aprobación social.
Según el especialista, hay un fuerte componente emocional en este fenómeno. No se trata solo de un juicio racional, sino de una reacción visceral ante la percepción de que las instituciones no funcionan.
Es una respuesta reactiva que busca redención frente a una sensación de inseguridad”, explica Ramírez Escobar.
El problema no es nuevo: encuestas como la ENVIPE o la ENSU reflejan que la ciudadanía no confía en el acceso a la justicia ni en las fuerzas del orden.
Por eso, cuando aparece alguien como Carlota, muchos no los ven como criminales, sino como héroes anónimos.
Los héroes de carne y hueso que nos hacen sentir justicia
Las redes sociales juegan un papel clave en cómo se construyen estas narrativas. Ramírez Escobar señala que “estas plataformas funcionan como válvulas de escape emocional”, donde las personas proyectan frustraciones y encuentran catarsis en figuras que se rebelan contra el sistema. Así, el justiciero se convierte en una especie de símbolo moral alternativo, celebrado por una comunidad que siente que ha sido ignorada.
Es una moral de reivindicación", puntualiza. Una que no espera procedimientos ni códigos, sino que premia la acción inmediata. “Lo importante no son los métodos, lo que importa es generar esta especie de venganza social frente a algo que no se está realizando”, dice el psicólogo.
Y aunque en el marco legal mexicano está claro que nadie puede hacerse justicia por su cuenta, la realidad es que la narrativa popular a menudo contradice esa norma.
¿Una nueva moral colectiva?
La aprobación hacia quienes actúan fuera del sistema no solo responde al desahogo emocional, sino también a una construcción social que justifica estos actos. Según el experto, la violencia puede ser leída desde distintos ángulos: como delito, como rebeldía o como justicia.
Todo depende del contexto y de cómo se interpreta socialmente el acto”, afirma.
Además, la percepción de impunidad alimenta esa nueva moral colectiva: En un sistema lento, oscuro y poco transparente, cualquier persona que actúe puede verse como alguien que rompe el orden para bien.
El vacío del sistema: ¿quién está realmente fallando?
El especialista asegura que no se puede hablar de justicia por mano propia sin hablar de los vacíos del sistema. Desde servicios públicos deficientes hasta la desconfianza hacia jueces y policías, todo alimenta esta sensación de abandono.
Ya que muchas personas ni siquiera comprenden el proceso judicial: no saben qué hace un Ministerio Público, qué es una audiencia intermedia, o qué pruebas se deben presentar. Ese desconocimiento genera frustración, explica. Y cuando las figuras encargadas de garantizar justicia no están bien capacitadas o no cuentan con recursos, el modelo de justicia simplemente deja de ser confiable.
¿Y después qué? Las secuelas invisibles de quien toma la ley en sus manos
¿Qué pasa con quienes sí cruzan la línea? Aunque hay pocos estudios psicológicos específicos sobre personas que ejercen justicia por cuenta propia, Jesús Ramírez admite que las consecuencias pueden ser graves.
En muchos casos, la reacción emocional ante una agresión o injusticia se convierte en un acto impulsivo. “Primero se siente angustia, luego se actúa, y después llega el impacto de lo que se ha hecho”, señala. Aunque algunas personas validan lo ocurrido, otras pueden verse emocionalmente afectadas al entender la magnitud de sus acciones.
¿Venganza, justicia o desesperación? Al final, la pregunta permanece abierta: ¿aplaudimos estos actos porque creemos en la justicia, o porque estamos hartos de la impunidad?
En tiempos donde la emoción pesa más que la razón y las redes convierten en virales a los justicieros de barrio, la línea entre la justicia y la venganza parece cada vez más delgada.
¿Realmente queremos justicia, o solo queremos sentir que alguien —por fin— hizo algo?